domingo, 17 de marzo de 2019

El primer paso



nos encontramos un domingo al mediodía en la estación de Haedo. Ella me esperaba con su mochila cargada de apuntes y con la sensación de que habíamos encontrado la excusa para construir un sendero por donde caminar ajenos a la convulsión de lo que nos rodeaba. Nos dirigimos camino hacia la plaza del barrio bajo un sol bondadoso. Ella escogió ese espacio para repasar los temas que nos iban a tomar en el parcial de Antropología. La plaza se convirtió, desde ese día, en el conclave de todas nuestras decisiones trascendentes.
            Nos habíamos conocido hacía poco tiempo cursando el CBC y pegamos onda charlando en los pasillos de la facultad o en el regreso a nuestras casas en el tren Sarmiento. La comunicación fluyó desde un comienzo, aunque nuestros cuerpos todavía se vinculaban con cierta rigidez.
            Mientras caminábamos hacia la plaza no había silencios que llenar con diálogos vacios. Nos sentamos en un árbol que nos contuvo y se acopló a la escenografía de la situación: el verde en las remeras, sus ojos, el pasto y los arboles. Las fotocopias en el medio de los dos se mueven con el viento y cada uno dijo lo que entendió sobre los temas que nos iban a evaluar dos días después. dialogamos sobre los autores trabajados en la materia como pretexto para generar un puente entre dos personas. Levi Strauss, Malinovsky y Rousseau nos escuchan desde los apuntes.
            Nos besamos, sin la torpezas propias de un primer encuentro. Sentí el sabor de un terrón de azúcar o como cuando probé por primera vez un chocolate, un submarino. Las sensaciones en la panza se mostraron como garantes de que podía estar tranquilo y abrir la puerta hacia un camino en donde no hacía falta frenar.

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